Observaba los álamos mientras caminaba hacia su casa. Detrás de esos árboles la noche se agitaba como un avispero y las sombras silenciosas anunciaban lo peor. Aligeró el paso y, cuando por fin entró en el departamento, quitó la mochila de su espalda. No quería dormir, sabía lo que le esperaba. Trató de mantenerse despierto el mayor tiempo posible, hasta que se rindió.
Despertó con las agobiantes voces a su alrededor, más fuertes que nunca. Estaban por todas partes, y habían adoptado diferentes formas, aunque ese era sólo un presentimiento. Él jamás podía verlas, pero las sentía, como si tuvieran vida propia.
Se encontraba flotando en el aire, en un círculo con barrotes alrededor. Lo encerraron en una jaula gigante donde todos podían verlo. Reprimió el impulso de gritar o patalear, pero ganaría poco con la decisión que había tomado: eso era lo que ellos querían. Gritos y patadas. Lágrimas. No iban a soltarlo hasta que encontrar lo que buscaban. Escuchaba ecos lejanos; familiares y doctores. Su madre sollozando, mientras que su padre, cuerdo, respondía. "Habíamos aceptado pasivamente esa situación".
No pudo contenerse. Todo pareció de dejar de dar vueltas cuando comenzó a chillar. Y las voces.. Y las voces ahora reían. Revelaban sus miedos, inquietudes y fracasos. Los mismos que lo atormentaban cada día.
Percibía sus alaridos en las entrañas, y en ese momento, la posibilidad del control le parecía más lejana que la Luna, o incluso, más lejana que esas galaxias desconocidas que veía en sueños.
De repente, la jaula se detuvo, las voces se apagaron, junto a las luces que bailaban frente a sus ojos.
